Dos partidas de póker y una cena con José Andrés

Dos partidas de póker, trece años entre medias, dos resultados diferentes y una misma semana para acabarlas.

Hace más de trece años que no me había sentado en una mesa con otras personas a jugar al póker. Lo que me parece que puede dar una idea de lo ludópata que soy.

Curiosamente, aunque han pasado todos estos años, las dos partidas se han terminado uniendo en el tiempo de una manera de lo más peculiar e inesperado, permitiéndome  vivir experiencias de ambas en un período tan corto como siete días.

La primera la jugué durante toda una noche en una ciudad del norte de España y surgió, como surgen estas partidas de póker, de una manera de lo más espontánea. Volvíamos un grupo de amigos de dar una vuelta por la ciudad y uno de ellos, de los que veníamos en el grupo, el que menos conocía, me propuso una partida.

La segunda surgió de una manera muy parecida, aunque casi en las antípodas de España. Fue en Los Angeles, hace unas semanas. Al aterrizar en Los Angeles llamé a mi amigo José Ignacio Cuenca que está casado, tiene un hijo, Mateo, vive en la ciudad y trabaja en la industria del cine. Eran las ocho de la tarde aproximadamente. Llevaba más de doce horas de vuelo y traía el horario de España. Para mi cuerpo eran las cinco de la mañana. Jose no me contestó el teléfono. Me fui al Hotel, me duché y me metí en la cama. Cuando acababa de apagar la luz, sonó el teléfono. Era Jose.

cuenca

 

– Mi amigo José Andrés nos invita a cenar con el en su restaurante en el SLS Hotel! Cógete el coche y vente para acá!!!!

Jose Andres

No conocía a José Andrés personalmente y la verdad, tenía ganas de hacerlo. Todo un maestro en la cocina y todo un maestro en la comunicación. Un líder y un emprendedor a quien no esperaba conocer. Salté de la cama, me vestí y me fuí para el SLS.

La cena fue antológica. Hubo muchos platos. Muchos y muy buenos. Me llamó especialmente la atención unos pequeños globos líquidos, parecidos a uvas pero claramente artificiales, que estallaban en la boca dejando en el paladar un magnífico sabor a aceituna. Algo aprendido de Ferrán Adriá. Las «aceitunas deconstruidas»

Aceituna deconstruida

Después de cenar se nos sumaron tres jóvenes a la mesa. La conversación giró hacia las cartas y en pocos minutos estábamos en una sala, alrededor de una mesa, repartiendo. Jose, José Andrés, los otros tres y yo. Uno de los tres era un famoso comentarista de póker de la televisión americana, Oliver Ali Nejad, más conocido como Ali. Un tipo simpático y agradable donde los haya, del que después de haberle conocido como se conoce a una persona después de pasar unas cuantas horas juntos jugando al póker, no dudo que le haya sido fácil convertirse en comentarista para la televisión. Como digo, un tipo simpático y agradable como hacía tiempo que no había visto. En la mesa se sentaban también otros importantes personajes tanto del mundo de la crítica de cine, como del mundo de la restauración. Unas horas realmente apasionantes y divertidas.

En las dos partidas tuve la inmensa fortuna de salir ganando. En la segunda, la más reciente, después de más de cinco horas de juego, gané 17 dólares!!! Y puedo asegurar que lo pasamos realmente fenomenal!!! En la primera, sin embargo, conseguí una cifra mucho más importante, que creció enormemente en los últimos minutos de partida mientras el sol nos quemaba  ya en las pupilas porque mi contrario, molesto porque perdía, me pidió en dos ocasiones consecutivas un doble o nada para terminar.

No puedo dejar de decir aquí, ya que lo comento, que el segundo doble o nada de esa antigua partida fue realmente espectacular. Nos contemplaba el mar Cantábrico y el sol estaba ya fuera reflejándose en la arena de la playa de esa increíble ciudad.  Los ojos me quemaban. Había ganado un primer doble o nada. La cantidad se había doblado. Me pidió un nuevo doble o nada. Le dije que sí. Pero que era el último que le daba, ocurriera lo que ocurriera. Estaba seguro que mi mujer, que yo suponía que dormía en la habitación del Hotel, se despertaría de un momento a otro y no quería llegar mucho más tarde de lo que ya lo era.  En definitiva, era un contrario al que no conocía yo de mucho y tampoco se trataba de ganarle todo ese dinero sin casi conocerle. Y eso que había sido el quien había tenido la idea de la partida y había sido también el quien había ido subiendo las apuestas a medida que iba perdiendo.

Como digo, le di un último doble o nada. Barajamos, cortamos la baraja y como corresponde, sacó él su carta. Un Rey. No os podéis imaginar los saltos que daba en ese comedor de Hotel de lujo del siglo XIX, mientras los camareros nos miraban con unas caras perfectamente comprensibles. Le dije que se calmara. Que todavía no había sacado yo carta, aunque tengo que confesar que no tenía muchas esperanzas de salir ganador.

Saqué un As.

Han pasado más de trece años desde entonces y curiosamente ambas partidas han venido a juntarse en el tiempo con menos de una semana de diferencia.

¡Qué curioso! ¿Por qué habrá sido?

No lo voy a contar aquí, ni voy a dar muchos más datos. Lo único que si voy a confirmar son dos viejas regla de las partidas de cartas: nunca juegues con desconocidos, si lo haces, asegúrate que el dinero se pone encima de la mesa y ten presente que las deudas de juego siempre se pagan y siempre se cobran. Los 17 dólares de beneficio de la partida más reciente, más unos cuantos dólares más, los dejamos como propina a las personas que a lo largo de la noche nos fueron atendiendo amablemente.

Dos noches apasionantes, distantes entre sí más de trece años que, como digo, de una manera curiosa han terminado juntándose en el tiempo.


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